Leer es importante. Tanto como ir al colegio y
estudiar, y en el colegio nos enseñan a leer, eso es algo básico. Los libros enseñan, educan, y gracias a ellos podemos llegar a ser
tolerantes y comprensivos con aquello que no compartimos. Leer enseña a
respetar, se adquieren conocimientos y se conoce lo que piensan otras personas
que no son como nosotros. A través de un libro se puede conocer la historia,
sentir terror, reír, llorar, viajar a otros mundos y ser el protagonista de
cuentos de hadas. Mientras crecía nunca faltó un libro en mis manos, y un día
descubrí que yo también quería escribir mis propias historias. Desde muy
pequeña comencé a leer los libros que mi madre acumulaba en casa. Sin ella y
sin su afición dudo mucho que hubiera llegado a donde estoy, apenas empezando
pero con unas pocas publicaciones a mis espaldas y otros cuantos proyectos
futuros.
Escribir no es fácil y nadie tiene la fórmula para
alcanzar el éxito. Moverse en el mundo literario es complicado, difícil, y hay
que conocer y comprender lo que ocurre en él. Entiendo que el éxito está en
saber qué es lo que el lector quiere y a veces, los escritores, nos alejamos de
su deseo para escribir lo que a nosotros nos gusta, y la mayoría de las veces
no acertamos con la demanda del mercado. Incluso a veces, nos da igual esa
demanda con tal de no caer en la escritura comercial, pasando desapercibidos
para el gran público.
Si algo he aprendido de mis años como lectora,
reseñadora y escritora, es que antes de ponerse a escribir uno debe haber leído
mucho antes, muchísimo, pero sobre todo debe haber consultado a aquellos que
saben más que nosotros, y revisar, repasar y corregir los textos las ocasiones
que hagan falta: una o mil veces, no importa porque siempre habrán fallos una
vez publicada tu obra y sobre eso no hay nada que hacer. Un escritor podría
pasarse toda la vida corrigiendo lo que escribe, porque nunca la encontrará
perfecta. Aun así, todos los escritores sabemos que llega un punto en que el
relato, novela, o cualquier creación escrita debe dejarse ir, debe volar hacia
los lectores que son quienes, en definitiva, juzgarán nuestras obras. Y
creedme, esos fallos que no han sido debidamente subsanados pese a las horas de
reescritura y corrección, no serán tenidos en cuenta si el lector percibe que
tras nuestro trabajo ha habido un gran esfuerzo. El lector no es tonto y
termina conociendo todo lo que se esconde tras nosotros y nuestras obras.
Los escritores no tenemos otra herramienta para
evaluar nuestro trabajo más que la opinión de los lectores. Ni editoriales, ni
correctores, ni amigos. Sólo el lector tiene la última palabra. Por eso, a la
hora de escribir hay que hacerlo por uno mismo, pero teniendo en cuenta el
destinatario final de lo que escribimos.
Amigos que queráis ser escritores: jamás olvidéis
que escribir es un proceso creativo solitario pero que después debe ser compartido, como una canción o
una pintura. Lo contrario es perder el tiempo o ser egoístas, si nos guardamos cosas que pueden cambiar las vidas de otras personas: podemos hacerles reír,
llorar, pensar, enfadarse, reflexionar o únicamente conseguir que pasen un rato
agradable si logramos que desconecten de sus preocupaciones. Solo por eso ya merece la pena
pensar, imaginar nuevas historias y tomarse el trabajo de plasmarlas en el
papel.
El oficio de escritor es maravilloso y debe ser tomado muy en serio,
pues quién sabe si con una sola palabra podríamos llegar a transformar el mundo en que vivimos...
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